Cuento bajo licencia Creative Commons.
Traducción: Hernán Ortiz y Viviana Trujillo (2008).
Versión original (en inglés): “The Specialist Hat” del libro Stranger Things Happen.

El Sombrero del Especialista de Kelly Link


“Cuando estás Muerta,” dice Samantha, “no tienes que lavarte los dientes…”

“Cuando estás Muerta,” dice Claire, “vives en una caja, y siempre está oscuro, pero nunca tienes miedo.”

Claire y Samantha son gemelas idénticas. Su edad combinada es de veinte años, cuatro meses y seis días. Claire es mejor Muerta que Samantha.

La niñera bosteza, cubriendo su boca con una larga mano blanca. “Dije que se lavaran los dientes y se fueran a la cama,” dice. Se sienta con las piernas cruzadas sobre el cubrecamas de flores, entre ellas dos. Les ha estado enseñando un juego llamado Lanzar para el que se necesitan tres juegos de cartas, uno para cada una de ellas. Al de Samantha le falta la jota de pica y el dos de corazones y Claire sigue haciendo trampa. De todas formas la niñera gana.  En sus brazos todavía hay manchas de crema de afeitar seca y papel higiénico. Es difícil calcular su edad; al principio pensaron que debía ser adulta, pero ahora no parece mayor que ellas. Samantha había olvidado el nombre de la niñera.

Claire es testaruda. “Cuando estás Muerta,” dice, “te quedas despierta toda la noche.”

“Cuando estás muerta,” dice bruscamente la niñera, “siempre hace mucho frío y está húmedo, y tienes que estar muy, muy quieta o sino te atrapará el Especialista.”

“Esta casa está encantada,” dice Claire.

“Lo sé,” dice la niñera. “Solía vivir aquí.”

       

Algo está arrastrándose hacia arriba por las escaleras,

Algo está de pie al otro lado de la puerta,

Algo está gimiendo, está gimiendo en la oscuridad;

Algo está susurrando bajo el piso.


Claire y Samantha están pasando el verano con su papá, en una casa llamada Ocho Chimeneas. Su mamá está muerta. Ha estado muerta exactamente 282 días.

Su papá está escribiendo la historia de Ocho Chimeneas y del poeta Charles Cheatham Rash, quien vivió aquí en el cambio de siglo y se fugó hacia el mar cuando tenía trece años, y regresó a los treinta y ocho. Se casó, tuvo un hijo, escribió tres volúmenes de una poesía mala y oscura, y una novela todavía peor y más oscura, El que Está Observándome a Través de la Ventana, antes de desaparecer otra vez en 1907, esta vez para siempre. El papá de Samantha y Claire dicen que parte de la poesía de hecho es bastante interesante y que la novela al menos no es muy larga.

Cuando Samantha le preguntó por qué estaba escribiendo sobre Rash, respondió que nadie lo había hecho, y que por qué no iba a jugar afuera con Samantha. Cuando ella le dijo que era Samantha, él sólo frunció el ceño y preguntó cómo podía esperar que distinguiera quién era quién cuando ambas tenían jeans y camisas de algodón, ¿y por qué una no se puede vestir completamente de verde y la otra de rosado?

Claire y Samantha prefieren jugar adentro. Ocho Chimeneas es tan grande como un castillo, pero más polvoriento y oscuro que los castillos que se imagina. Hay más sofás, muñecas de porcelana con los dedos astillados, menos armaduras. Ningún foso.

La casa está abierta al público, y, durante el día, la gente —familias— recorre la Avenida Blue Ridge y se detiene para recorrer el terreno y el primer piso; el tercer piso pertenece a Claire y Samantha. Unas veces juegan a ser exploradoras y otras siguen al guía en los recorridos para visitantes. En unas cuantas semanas se aprendieron el discurso y ahora lo vocalizan junto a él. Lo ayudan a vender postales y ejemplares de la poesía de Rash a las familias de turistas que entran en la pequeña tienda de regalos.

Cuando las madres les sonríen y dicen lo dulces que son, apartan la vista y no dicen nada. La débil luz de la casa hace que las madres parezcan pálidas y parpadeantes y cansadas. Dejan Ocho Chimeneas, madres y familias, viéndose no tan reales como eran antes de pagar sus entradas y, por supuesto, Claire y Samantha nunca las verían de nuevo, así que tal vez no eran reales. Mejor quédense dentro de la casa, quieren decirles a las familias, y si tienen que irse, entonces vayan directamente a sus automóviles.

El guía dice que los bosques no son seguros.

Su papá permanece en la biblioteca en el segundo piso durante toda la mañana, escribiendo, y por las tardes hace largas caminatas. Se lleva su grabadora de periodista y una licorera de bolsillo de Gentleman Jack, pero no a Samantha y Claire.

El guía de Ocho Chimeneas es el señor Coeslak. Su pierna izquierda es notablemente más corta que la derecha. Usa un tacón alto. Pelo corto y negro crece en sus orejas y sus fosas nasales, y no hay pelo en su coronilla, pero le ha dado permiso a Samantha y Claire para explorar toda la casa. Fue el señor Coeslak quien les dijo que hay víboras venenosas en el bosque, y que la casa está encantada. Dice que todos ellos, fantasmas y serpientes, andan de muy mal humor, y que Samantha y Claire deben quedarse en los senderos marcados, y lejos del ático.

El señor Coeslak puede distinguir a las gemelas, aún cuando su propio papá no puede; los ojos de Claire son grises, como el pelo de un gato, dice, pero los de Samantha son grises, como el océano cuando ha estado lloviendo.

Samantha y Claire fueron a caminar por el bosque dos días después de su llegada a Ocho Chimeneas. Vieron algo. Samantha pensó que era una mujer, pero Claire dijo que era una serpiente. La escalera que lleva al ático ha estado cerrada con llave. Espiaron por el ojo de la cerradura, pero estaba demasiado oscuro para ver algo.


Y entonces él tuvo una esposa, y decían que era muy bonita. Había otro hombre que quería irse con ella, y primero ella no quiso, porque le tenía miedo a su esposo, pero luego sí. Su esposo los descubrió, y dicen que mató a una serpiente y tomó parte de la sangre de esa serpiente y la mezcló con whisky, y se la dio a ella. Le había aprendido a un isleño que estuvo con él en un barco. Y como en seis meses a ella se le crearon serpientes que vivían entre su carne y su piel. Y dicen que se podían ver subiendo y bajando por sus piernas. Dicen que la parte superior de su cuerpo estaba vacía, y que continuó así hasta que se murió. Ahora mi papá dice que fue testigo.

—UNA HISTORIA ORAL DE OCHO CHIMENEAS

 

Ocho Chimeneas fue construida hace más de doscientos años. Se llama así por las ocho chimeneas que se ven desde afuera. En cada piso hay ocho chimeneas de ladrillo rojo, lo que da un total de venticuatro, cada una suficientemente grande para que quepan Samantha y Claire. Samantha imagina que los cañones de las chimeneas se estiran como troncos de árboles robustos y rojos hasta el techo de la casa. Junto a cada chimenea hay un soporte de hierro para leña, negro y pesado, y un juego de atizadores de hierro forjado con forma de serpiente. Claire y Samantha fingen duelos con los atizadores-serpiente junto a la chimenea de su habitación en el tercer piso. El viento sube por la parte de atrás de la chimenea. Cuando ellas meten sus caras, pueden sentir el aire húmedo apresurándose hacia arriba, como un río. El tiro de la chimenea huele a viejo, a hollín y a humedad, como las piedras de un río.

Antes su habitación era el cuarto de juegos. Duermen juntas en una cama con dosel que parece un barco con cuatro mástiles. Huele a naftalina, y Claire patea dormida. Charles Cheatham Rash durmió aquí cuando era niño, y también su hija. Ella desapareció con su padre. Pudo haber sido por deudas de juego. Pudieron haberse ido para Nueva Orleáns. Ella tenía catorce años, dijo el señor Coeslak. Cuál era su nombre, preguntó Claire. Qué le sucedió a su madre, quiso saber Samantha. El señor Coeslak cerró los ojos casi en un guiño. La señora Rash había muerto un año antes de que su esposo e hija desaparecieran, dijo él, por una enfermedad misteriosa que la consumió. Él no puede recordar el nombre de la pobre niña, dijo.

Ocho Chimeneas tiene exactamente cien ventanas, todas aún con los vidrios originales ondulados soplados a mano. Con tantas ventanas, piensa Samantha, Ocho Chimeneas siempre debería estar llena de luz, pero en su lugar los árboles están tan cerca de la casa que las habitaciones del primer y segundo piso –incluso las habitaciones del tercero — son verdes y oscuras, como si Samantha y Claire estuvieran viviendo en las profundidades del mar. Esa es la luz que convierte a los turistas en fantasmas. Por la mañana se forma una neblina alrededor de la casa que vuelve al anocher. A veces es gris como los ojos de Claire y a veces es gris como los ojos de Samantha.


Conocí a una mujer en el bosque,

Sus labios eran dos serpientes rojas.

Me sonrió, sus ojos eran lascivos

Y quemaban como el fuego.


Hace algunas noches, el viento estaba suspirando en la chimenea del cuarto de juegos. Su papá ya las había llevado a dormir y había apagado la luz. Claire desafió a Samantha a que metiera la cabeza en la chimenea, en la oscuridad, y así lo hizo. El aire frío y húmedo lamió su cara y casi sonaba como si hubiera voces hablando en voz baja, en murmullos. No pudo descifrar lo que decían.

El papá ha ignorado casi todo el tiempo a Claire y a Samantha desde que llegaron a Ocho Chimeneas. Él nunca menciona a la mamá. Una noche lo escucharon gritando en la biblioteca, y cuando bajaron las escaleras, había una gran mancha pegajosa sobre el escritorio, donde se había derramado una copa de whisky. Estaba mirándome, dijo, a través de la ventana. Tenía ojos anaranjados.

Samantha y Claire se esforzaron por no decirle que la biblioteca queda en el  segundo piso.

Por las noches, el aliento de su papá ha estado dulce por la bebida, y está pasando más y más tiempo en el bosque, y menos en la biblioteca. En la comida, casi siempre perros calientes y arvejas cocidas en lata que comen en platos desechables en el comedor del primer piso, bajo la lámpara de araña austriaca (que tiene exactamente 632 lágrimas de cristal emplomado), su papá recita poesía de Charles Cheatham Rash, que no es interesante para Samantha ni para Claire.

Él ha estado leyendo los diarios de viaje que escribió Rash y dice que descubrió en ellos la prueba de que el poema más famoso de Rash, “El sombrero del Especialista,” no es para nada un poema, y de todas formas Rash no lo escribió. Es algo que solía decir uno de los hombres del ballenero para atraer a una ballena. Rush simplemente lo copió, le puso un final y dijo que era suyo.

El hombre era de Mulatuppu, un lugar del que nunca habían oído hablar ni Samantha ni Claire. Su papá dice que se suponía que el hombre era una especie de mago, pero se ahogó poco después de que Rash regresara a Ocho Chimeneas. Su papá dice que los otros marineros querían arrojar el baúl del mago por la borda, pero Rash los convenció para que lo mantuvieran hasta que él pudiera desembarcar, con el baúl, en la costa de North Carolina.


El sombrero del especialista hace un ruido como de agouti;

El sombrero del especialista hace un ruido como de pecarí de collar;

El sombrero del especialista hace un ruido como de pecarí de labios blancos;

El sombrero del especialista hace un ruido como de tapir;

El sombrero del especialista hace un ruido como de conejo;

El sombrero del especialista hace un ruido como de ardilla;

El sombrero del especialista hace un ruido como de paují;

El sombrero del especialista gime como una ballena en el agua;

El sombrero del especialista gime como el viento en el pelo de mi esposa;

El sombrero del especialista hace un ruido como de serpiente;

Tengo el sombrero del especialista colgado en mi pared.


 La razón por la que Claire y Samantha tienen una niñera es que su papá conoció a una mujer en el bosque. Va a ir a verla esta noche, y harán un picnic y mirarán las estrellas. Esta es la época del año en la que se pueden ver las Perseidas, cayendo por el cielo en las noches despejadas. Su papá dijo que ha estado caminando con la mujer todas las tardes. Ella es una pariente lejana de Rash y además, dijo, necesita una noche afuera y una conversación adulta.

El señor Coeslak no permanece en la casa después del anochecer, pero accedió a  encontrar a alguien que cuidara a Samantha y Claire. Luego su papá no pudo encontrar al señor Coeslak, pero la niñera apareció exactamente a las siete en punto. La niñera, cuyo nombre no recordaba ninguna de las dos gemelas, tenía un vestido azul de algodón de mangas cortas. Tanto Samantha como Claire pensaron que ella era bonita de una forma un poco pasada de moda.

Estaban en la biblioteca con su papá, buscando Mulatuppu en el atlas de cuero rojo, cuando ella llegó. No tocó en la puerta principal, simplemente entró y luego subió las escaleras, como si supiera dónde encontrarlos.

Su papá les dio un beso de despedida, apresurado, diciéndoles que se portaran bien y que las llevaría a la ciudad el fin de semana para ver la película de Disney. Fueron hasta la ventana para observarlo caminar hacia el bosque. Ya estaba oscuro y había luciérnagas, diminutas chispas amarillentas en el aire. Cuando su papá desapareció completamente entre los árboles, se voltearon y miraron a la niñera. Ella levantó una ceja. “Bien,” dijo. “¿Qué les gusta jugar?”


Círculos en dirección contraria al sol, por las chimeneas,

Una vez, dos veces, otra vez.

Los rayos suenan como un reloj en la bicicleta;

El tic tac se traga los días de la vida de un hombre.


Primero jugaron Go Fish, luego Crazy Eights, y después convirtieron a la niñera en una momia poniéndole crema de afeitar del baño de su papá en los brazos y piernas, y  envolviéndola en papel higiénico. Es la mejor niñera que han tenido.

A las 9.30, ella intentó llevarlas a dormir. Ni Claire ni Samantha querían ir a dormir, entonces empezaron a jugar el juego de la Muerte. El juego de la Muerte es uno de imaginación que habían jugado todos los días durante 274 días, pero nunca delante de su padre o de ningún otro adulto. Cuando están Muertas, pueden hacer todo lo que quieran. Incluso pueden volar saltando desde la cama del cuarto de juegos y sacudiendo los brazos. Algún día esto va a funcionar, si practican lo suficiente.

El juego de la Muerte tiene tres reglas.

Uno. Los números son significativos. Las gemelas tienen una lista de números importantes en una libreta verde de direcciones que perteneció a su mamá. Los recorridos del señor Coeslak han sido buena fuente de cantidades y cuentas significativas: ellas están escribiendo una historia trágica de números.

Dos. Las gemelas no juegan al juego de la Muerte delante de los adultos. Han analizado a la niñera y han decidido que ella no cuenta. Le dijeron las reglas.

La tercera regla es la mejor y la más importante. Cuando estás Muerta, no tienes que tener miedo de nada. Samantha y Claire no están seguras de quién es el Especialista, pero no le tienen miedo.

Para volverse Muertas, ellas aguantan la respiración mientras cuentan hasta treinta y cinco, que es la edad hasta la que llegó su madre, sin contar unos pocos días.

“Nunca viviste aquí,” dice Claire. “El señor Coeslak vive aquí”.

“No por la noche,” dice la niñera. “Éste era mi cuarto cuando yo era pequeña.”

“¿De verdad?” dice Samantha. Y Claire dice: “Demuéstralo.”

La niñera mira a Samantha y Claire, como si las estuviera juzgando: edad, inteligencia, valentía, estatura. Entonces asiente. El viento está en el tiro de la chimenea, y en la tenue luz del cuarto de juegos ellas pueden ver las lechosas hebras de niebla que se meten por la chimenea. “Párense en la chimenea,” les dice. “Extiendan la mano tan arriba como puedan, hay un pequeño agujero en el lado izquierdo, con una llave.”

Samantha mira a Claire, quien dice: “Tú primero.” Claire es quince minutos y algunos segundos que no contaron mayor que Samantha, por eso puede decirle a Samantha qué hacer. Samantha recuerda las voces murmurantes y se dice a sí misma que está Muerta. Va hasta la chimenea y entra agachada.

Cuando Samantha se pone de pie en la chimenea, sólo puede ver una esquina de la habitación. Puede ver los flecos de la alfombra azul desgastada, y una pata de la cama, y junto a ella, el pie de Claire, balanceándose hacia atrás y hacia adelante como un metrónomo. El zapato de Claire está desamarrado y tiene una curita en el tobillo. Todo parece muy agradable y pacífico desde el interior de la chimenea, como un sueño, y por un momento casi desea no tener que estar Muerta. Pero es más seguro, de verdad.

Extiende su mano hacia la izquierda tanto como puede, tanteando la pared granulosa, hasta que siente una hendidura. Piensa en arañas, dedos cortados y hojas de afeitar oxidadas, y mete la mano. Mantiene su mirada hacia abajo, enfocada en el rincón de la habitación y el pie nervioso de Claire.

Dentro del agujero hay una pequeña llave fría, los dientes hacia fuera. La saca y se agacha para regresar a la habitación. “No mentía,” le dice a Claire.

“Claro que no mentía,” dice la niñera. “Cuando estás Muerta, no se te permite mentir.”

“A menos que quieras,” dice Claire.


Lúgubre y horroroso golpea el mar en la playa.

Espantosa y goteante está la neblina en la puerta.

El reloj del pasillo anuncia una, dos, tres, cuatro.

La mañana no llega, no, nunca, nunca más.


Samantha y Claire han ido a acampar por tres semanas todos los veranos desde que tienen siete años. Este año su papá no les preguntó si querían ir, y después de discutirlo, ellas decidieron que así estaba bien. No querían tener que explicarles a todos sus amigos que ahora eran medio-huérfanas. Estaban acostumbradas a que las envidiaran, por ser gemelas idénticas. No querían que les tuvieran lástima.

Todavía no ha pasado un año, pero Samantha se da cuenta que está olvidando cómo se veía su mamá. No tanto la cara de su mamá sino la forma en que olía, que era algo como heno seco y algo como Chanel No. 5, y también como algo más. No puede recordar si tenía los ojos grises, como ella, o grises, como Claire. Ya no sueña con su mamá, sino con Príncipe Azul, un zaino que una vez cabalgó en la exhibición de caballos del campamento. En el sueño, Príncipe Azul no huele para nada a caballo. Huele a Chanel No. 5. Cuando ella está Muerta, puede tener todos los caballos que quiere, y todos huelen a Chanel No. 5.

***

“¿Dónde va la llave?” dice Samantha.

La niñera toma su mano. “En el ático. Realmente no la necesitas, pero usar las escaleras es más fácil que la chimenea. Al menos la primera vez.”

“¿No vas a obligarnos a dormir?” dice Claire.

La niñera ignora a Claire. “Mi papá solía encerrarme en el ático cuando era pequeña, pero no me importaba. Allá había una bicicleta y yo daba vueltas y vueltas  alrededor de las chimeneas hasta que mi mamá me dejaba salir. ¿Saben montar en bicicleta?”

“Claro,” dice Claire.

“Si vas lo suficientemente rápido, el Especialista no te puede alcanzar.”

“¿Qué es el Especialista?” dice Samantha. Las bicicletas están bien, pero los caballos van más rápido.

“El Especialista usa un sombrero,” dice la niñera. “El sombrero hace ruidos.”

No dice nada más.


Cuando estás muerto, la hierba es más verde

Sobre tu tumba. El viento es más fuerte.

Tus ojos se hunden, tu carne se descompone. Te

Acostumbras a la lentitud; espera retrasos.


El ático es, de alguna forma, más grande y solitario de lo que Samantha y Claire pensaban. La llave de la niñera abre la puerta al final del vestíbulo, revelando un angosto tramo de escaleras. Les hizo señas para que subieran.

No hay tanta oscuridad en el ático como habían imaginado. Los robles que bloquean la luz y hacen que los tres primeros pisos se vean tan oscuros y verdes y misteriosos durante el día, no llegan hasta aquí. La extravagante luz de la luna, polvorienta y pálida, entra por las ventanas en ángulo de la buhardilla. Ilumina todo el ático, que es suficientemente grande para un partido de softbol, y bordeado con troncos donde Samantha imagina que la gente podría sentarse, podría esconderse y observar. El techo tiene una pendiente hacia abajo, y lo atraviesan los ocho cañones gruesos y gastados de las chimeneas. De alguna manera las chimeneas parecen muy vivas, para estar contenidas en este lugar vacío y abandonado; empujan casi con rabia el piso y el techo del ático. A la luz de la luna parecen respirar. “Son tan hermosas,” dice ella.

“¿Cuál chimenea es la chimenea de la habitación de juegos?” dice Claire.

La niñera señala la que está más cerca a su derecha. “Ésa,” dice. “Sube desde el salón de baile del primer piso, la biblioteca, el cuarto de juegos.”

Colgando de un clavo en la chimenea del cuarto de juegos hay un objeto negro y largo. Se ve abultado y pesado, como si estuviera lleno de cosas. La niñera lo toma, lo gira en su dedo. Hay huecos en la cosa negra y silba tristemente mientras lo gira. “El Sombrero del Especialista,” dice.

“Eso no parece un sombrero,” dice Claire. “No parece nada.” Va y mira entre las cajas y baúles que están apilados contra la pared.

“Es un sombrero especial,” dice la niñera. “No se supone que se parezca a algo. Pero puede sonar como cualquier cosa que puedas imaginar. Lo hizo mi papá.”

“Nuestro papá escribe libros,” dice Samantha.

“Mi papá también lo hacía.” La niñera cuelga el sombrero negro en el clavo. Se curva espantosamente contra la chimenea. Samantha lo mira. Le relincha. “Fue un mal poeta, pero como mago era peor.”

Durante el último verano, Samantha deseo tener un caballo más que cualquier otra cosa. Pensó que renunciaría a todo por uno — incluso ser gemela no era tan bueno como tener un caballo. Todavía no tenía un caballo, pero tampoco tenía mamá, y no podía evitar preguntarse si era su culpa. El sombrero relincha de nuevo, o tal vez sea el viento en la chimenea.

“¿Qué le sucedió?” pregunta Claire.

“Después de que hizo el sombrero, el Especialista vino y se lo llevó. Yo me escondí en la chimenea del cuarto de juegos mientras el Especialista lo buscaba, y no me encontró.

“¿Te asustaste?”

Hay un estrépito que las sobresalta. Claire ha encontrado la bicicleta de la niñera y la arrastra hacia ellas por el manubrio. La niñera se encoge de hombros. “Regla número tres,” dice.

Claire arrebata el sombrero del clavo. “¡Soy el Especialista!” dice, poniéndose el sombrero en la cabeza. Cae sobre sus ojos, el borde blando y sin forma cosido con pequeños botones asimétricos que enfocan y atrapan la luz de la luna como dientes. Samantha mira de nuevo y ve que son dientes. Sin contarlos, sabe que hay exactamente cincuenta y dos dientes en el sombrero, y que son dientes de agoutis, de paujiles, de pecarís de labios blancos y de la esposa de Charles Cheatham Rash. Las chimeneas están gimiendo y la voz de Claire retumba huecamente bajo el sombrero. “¡Escapa, o te atraparé y te comeré!”

Samantha y la niñera escapan riendo mientras Claire se monta en la bicicleta oxidada y ruidosa y pedalea tras ellas como una loca. Hace sonar la campana mientras avanza, y el sombrero del Especialista se balancea sobre su cabeza. Escupe como un gato. La campana es estridente y débil, y la bicicleta gime y chilla. Se inclina primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Las rodillas de Claire sobresalen para uno u otro lado como contrapesos improvisados.

Claire hace zigzag entre las chimeneas, persiguiendo a Samantha y a la niñera. Samantha es lenta, se voltea para mirar hacia atrás. Mientras Claire se aproxima, mantiene una mano en el manubrio y extiende la otra hacia Samantha. Justo cuando está por agarrar a Samantha, la niñera se voltea y arranca el sombrero de la cabeza de Claire

“¡Mierda!” dice la niñera, y lo deja caer. Hay una gota de sangre formándose en la parte carnosa de la mano de la niñera, negra a la luz de la luna, donde la ha mordido el sombrero del Especialista.

Claire se baja de la bicicleta, con risa nerviosa. Samantha observa mientras el sombrero del Especialista se aleja rodando. Acelera, se retuerce por el piso del ático, y desaparece, golpeando las escaleras. “Ve y recógelo,” dice Claire. “Ahora tú puedes ser el Especialista.”

“No,” dice la niñera, chupándose la palma. “Es hora de irse a dormir.”

Cuando bajan las escaleras, no hay ninguna señal del sombrero del Especialista. Se lavan los dientes, se suben al barco-cama y se tapan con los cobertores hasta el cuello. La niñera se sienta entre sus pies. “Cuando estás Muerta,” dice Samantha, “¿te cansas y tienes que ir a dormir? ¿Sueñas?”

“Cuando estás Muerta,” dice la niñera, “todo es mucho más fácil. No tienes que hacer nada que no quieras. No tienes que tener nombre, no tienes que recordar. Ni siquiera tienes que respirar.”

Ella les muestra exactamente lo que quiere decir.

***

Cuando tiene tiempo para pensar en esto (y ahora tiene todo el tiempo del mundo para pensar), Samantha comprende con un poco de remordimiento que ella ahora está atrapada indefinidamente entre los diez y los once años, atrapada con Claire y la niñera. Ella lo considera. El número 10 es agradable y redondo, como una pelota playera, pero aún así, no ha sido un año fácil. Se pregunta cómo habrían sido los 11. Tal vez más agudos, como agujas. En cambio ella ha elegido estar Muerta. Espera haber tomado la decisión correcta. Se pregunta si su madre hubiera decidido estar Muerta, en lugar de muerta, si hubiera podido.

El último año aprendió fracciones en el colegio, cuando su madre murió. Las fracciones le recuerdan a Samantha las manadas de caballos salvajes, moteados, pintos y palominos. Hay tantos de ellos, y son, bueno, rebeldes e indomables. Justo cuando piensas que tienes uno bajo control, levanta la cabeza y te tumba. El número favorito de Claire es el 4, que ella dice que es un chico alto y delgado. Samantha no se preocupa tanto por los chicos. A ella le gustan los números. Por ejemplo el número 8, que puede ser más de una cosa a la vez. Mirado de una forma, el 8 parece una mujer inclinada con el pelo rizado. Pero si lo acuestas hacia un lado, parece una serpiente enroscada con la cola en su boca. Esto es como la diferencia que hay entre estar Muerto y estar muerto. Tal vez cuando Samantha se canse de una, intente con la otra.

En el prado, bajo los robles, escucha a alguien pronunciando su nombre. Samantha sale de la cama y va hasta la ventana del cuarto de juegos. Mira hacia afuera por el  vidrio ondulado. Es el señor Coeslak. “¡Samantha, Claire!” las llama. “¿Están bien? ¿Su padre está ahí?” Samantha casi puede ver la luz de la luna brillando a través de él. “Siempre me encierran en el cuarto de herramientas. Malditas cosas fantasmagóricas,” dice. “¿Están ahí, Samantha? ¿Claire? ¿Niñas?

La niñera viene y se para junto a Samantha. La niñera pone un dedo sobre su labio. Los ojos de Claire brillan desde la cama oscura. Samantha no dice nada, pero saluda al señor Coeslak. La niñera también saluda. Tal vez él pueda verlas saludar, porque después de un rato deja de gritar y se va.

“Ten cuidado,” dice la niñera. “Él regresará pronto. Lo hará muy pronto.”

Toma la mano de Samantha y la conduce de nuevo a la cama, donde Claire está esperando. Se sientan y esperan. Pasa el tiempo, pero no sienten cansancio, y no envejecen.


¿Quién está ahí?

Sólo el aire.


En el primer piso se abre la puerta del frente, y Samantha, Claire y la niñera pueden escuchar que alguien se arrastra, se arrastra escaleras arriba. “No hagan ruido,” dice la niñera. “Es el Especialista.”

Samantha y Claire se quedan en silencio. El cuarto de juegos está oscuro y el viento cruje como el fuego en una chimenea.

“¿Claire, Samantha, Samantha, Claire?” La voz del Especialista es borrosa y húmeda. Suena como la voz de su papá, pero es porque el sombrero puede imitar cualquier sonido, cualquier voz. “¿Todavía están despiertas?”

“Rápido,” dice la niñera. “Hay que subir al ático y esconderse.”

Claire y Samantha se deslizan por debajo de los cobertores y se visten apresurada y silenciosamente. La siguen. Sin hablar, sin respirar, ella las lleva hacia la seguridad de la chimenea. Está demasiado oscuro para ver, pero comprenden perfectamente cuando la niñera dice sin pronunciar la palabra, Arriba. Ella va primero, así ellas puedan ver dónde están los lugares para apoyar los dedos, los ladrillos que sobresalen para apoyar los pies. Luego Claire. Samantha observa los pies de su hermana ascendiendo como humo, los cordones todavía sin amarrar.

“¿Claire? ¿Samantha? Maldita sea, me están asustando. ¿Dónde están?” El Especialista está parado justo frente a la puerta semi-abierta. “¿Samantha? Creo que me mordió una maldita serpiente.” Samantha sólo duda un segundo. Luego está subiendo y subiendo por la chimenea del cuarto de juegos.

 

[Foto: Vivi Trujillo]