Generación QuemadaSeguirles el ritmo a los escritores de ficción que publican en Estados Unidos puede convertirse en un empleo de tiempo completo. Podrías leer el NY Times Review of Books, la revista New Yorker, los sitios web de las editoriales, visitar constantemente Amazon.com (con encargo incluido) y aún así no alcanzarías a leerlo todo: a la semana siguiente saldrían nuevos talentos. Antologías como The Vintage Book of Contemporary American Short Stories (preparado por Tobias Wolff), o la serie The Best American Short Stories (editada en el 2005 por Michael Chabon) reunieron relatos que más que contar buenas historias, revelan los sentimientos de toda una generación. Generación que entre el ruido y la interferencia difícilmente se entiende a sí misma.

De ahí que la antología Generación Quemada (recopilada por los italianos Marco Cassini y Martina Testa de la editorial mimimum fax de Roma) haya sido creada desde el frío lente europeo. Una antología a la que se unió la novelista inglesa Zadie Smith, que escribió un prólogo en el que menciona la publicidad y la muerte como características obsesivas de estos nuevos escritores norteamericanos. Lo anuncia la cita de David Foster Wallace, que cuando le preguntaron sobre los sentimientos que le producía vivir en Estados Unidos, dijo: “Hay algo especialmente triste en esa vivencia, algo que no tiene mucho que ver con el mapa físico, ni con la economía, ni con ninguna de esas otras cosas de las que se habla en las noticias. Es más bien una tristeza que se siente en el estómago. Lo veo en mis amigos, y también en mí, de diferentes maneras. Es como si nos sintiéramos perdidos”.

Pero esa tristeza de la que habla Wallace (que está presente en todos los relatos de Generación Quemada) se acompaña de un humor negro que funciona como defensa contra los miedos contemporáneos.

Y nos encontramos a A.M. Homes con su famoso relato “Una verdadera muñeca”, en el que el narrador se enamora de la Barbie de su hermana, y dice frases como: “Tenía la mano sobre sus pechos, aunque no era realmente la mano, sino más bien el dedo índice”, o “Le pasé la lengua una y otra vez por las palabras ‘copyright 1966 Mattel Inc., Malasia’ que llevaba tatuadas en la espalda”, o “me metí en la boca los pies y las piernas de Barbie y empecé a chupar”, y al final, en una inolvidable escena surrealista, el narrador eyacula sobre ella.

No muy diferente a lo que pasa en “Odontofilia” de Julia Slavin, cuyo narrador se enamora de una mujer a la que le crecen dientes por todo el cuerpo. “(El primero) Me pareció sexy: Una joyita alrededor del ombligo” y luego la lleva donde un médico con el que más tarde ella parece tener un romance, y tiene que volver a seducirla.

O “Cisternas” de Judy Budnitz (relato ganador del premio O. Henry); aquí lo que crece en el cuerpo es el cáncer, mutándose de la mamá a la hija a la hermana, y viceversa.

Y si se trata de dispositivos para el cuerpo, ahí está George Saunders con “¡SÉ HABLAR!”, una carta de la empresa AmorDeNiño Inc que fabrica rostros artificiales para que los bebés supuestamente hablen, y digan frases como “QUIERO MELOCOTÓN” o “¡GUTEN MORGEN, PAPÁ!”, en la que se disculpa con un cliente que no quedó satisfecho con el producto. O Jonathan Lethem con “Videoapartamento”, que cuenta que la sobrepoblación hizo que la gente viviera en automóviles conectados a una realidad virtual que les da la sensación de espacio, y donde el dinero lo consigues injertándote un chip en el cerebro que te obliga a recitar eslogans.

También hay relatos sobre un perro que escribe cartas, una profesora corrupta, una flaca suicida con alma de gorda, un brazo deforme, un bebé que se quema, un niño con dedos en forma de llave y centros comerciales invisibles, todo narrado desde un Apocalipsis Norteamericano que entendemos y contemplamos desde Suramérica: un Apocalipsis virulento que inevitablemente nos ha contagiado.

[Texto: Hernán Ortiz]