Condenada de Chuck Palahniuk

¿Estás ahí, Chuck? Soy yo, Hernán. Solo para que conste en acta, soy admirador de tus primeras novelas (Monstruos invisibles, El club de la lucha, Asfixia). De hecho, no logro saber en qué momento dejé de leer tus libros. Creo que fue cuando me di cuenta de que te convertiste en una mala copia de ti mismo. Tu propia marca de minimalismo se siente cansada, aburrida y predecible. Tu narrador suena igual a todos tus narradores previos, con la misma voz y un nuevo disfraz. El disfraz de Condenada es el humor imaginativo de Christopher Moore, pero le queda ancho.

Tu personaje Madison es poco creíble, una sabelotodo de trece años cuyo nivel de erudición es la excusa perfecta para llenar más y más páginas. Madison, que aparentemente murió de una sobredosis de marihuana, conoce en el infierno a otros personajes tomados de la película El club de los cinco (el nerd, el deportista, el rebelde y la reina del baile) con los que tiene aventuras sin sentido en paisajes escatológicos absurdos. Entiendo tu técnica de ‘escribir en el cuerpo’ para lograr reacciones viscerales en el lector, pero ¿de verdad eran necesarias esas descripciones tan largas de un infierno compuesto de mares de semen, mierda y fetos abortados? Las peleas de la protagonista con los forajidos, matones y criminales más viles de la historia (Adolf Hitler, la condesa Bathory, Vlad el Empalador) eran tan emocionantes como el show de títeres de un niño y yo como lector me sentía como el papá obligado a verlo.

Sin embargo, no todo está perdido. Cuando Madison consigue un trabajo haciendo encuestas telefónicas de investigación de mercado desde el infierno, planteas una historia interesante. Entrando en el terreno de tu novela Superviviente, Madison le sugiere a ancianos y enfermos terminales que lo mejor es que se mueran y les promete encontrarse con ellos en el infierno. En un momento incluso logra comunicarse con sus papás, los personajes con más potencial de la novela: ecologistas hipócritas, multimillonarios y famosos con casas lujosas en todo el mundo, exhippies que le enseñaban a su hija a consumir drogas cuando era niña, se paseaban desnudos por la casa y adoptaban niños del tercer mundo como estrategia de publicidad.

Pero esas partes buenas no logran salvar una novela agonizante que además termina en un decepcionante “Continuará…”. Y creo que tú notaste eso cuando pusiste a Madison a decir: “No soy brillante, soy una impostora que ha construido su realidad ilusoria a partir de un puñado de palabras impresionantes”. Tal vez fue una realización que llegó demasiado tarde en la historia: la realización de que Condenada no logra ser una buena novela pero sí hubiera podido ser un buen cuento.

[Texto: Hernán Ortiz]