Vestidos Inteligentes

Uno de los acontecimientos más significativos en la historia de la moda tiene que ver con la ciencia ficción: la publicación en 1865 de “De la Terre a la Lune”, una de las primeras historias sobre la conquista espacial, escrita por Julio Verne. La importancia de esta obra –en una época donde los uniformes de los soldados se consideraban innovaciones tecnológicas– se debe a que los trajes espaciales que vestían los personajes de Verne, además de proponer nuevos retos para la imaginación de los diseñadores, cambiaron radicalmente la concepción de la moda: la ropa ya podía desempeñar tareas complejas y era indispensable para la supervivencia del hombre en su camino hacia mundos inexporados. Esta idea se difundió en revistas y novelas hasta la creación del género ciencia ficción, acuñado en parte por el editor Hugo Gernsback en 1929, año en que el personaje de cómics Buck Rogers apareció en la revista Amazing Stories viajando al espacio, vistiendo un traje de metal parecido a una armadura con un casco de vidrio, con transmisores de radio y tanques de oxígeno. Y los diseñadores seguían tomando nota…

Diez años después, por motivo de la apertura de la Feria Mundial de Nueva York de 1939, la revista Vogue norteamericana le propuso a nueve diseñadores crear prendas basadas en visiones del futuro. El diseño de una sola pieza del norteamericano Gilbert Rohde (más reconocido por ser el pionero del diseño industrial) marcó un hito en la historia de la moda: una especie de traje espacial similar a un overol puesto por debajo de un armazón externo que incorporaba una amplia correa metálica, paneles de Plastiglas y un sombrero equipado con una antena transmisora. Rohde –cuya intención no era predecir estilos futuristas, sino pensar cómo sería la vida del siglo XXI– imaginó una prenda funcional que ahorrara tiempo por medio de una tela especial que no se arrugaba ni se ensuciaba, y cierres largos en vez de botones. Imaginó cables de cobre-berilio tejidos sobre el material, con la intención de regular la temperatura del cuerpo y cambiar de color. Y especuló que unas ondas de radio omega transmitidas desde una base de control podían calentar el cable e incluso cambiar el color de la tela. Las cadenas cromadas del armazón exterior del traje funcionarían como receptores de comunicación y la transmisión de ondas omega entre la base y el receptor de comunicación constituían un teléfono móvil análogo de dos vías.

La influencia de la ciencia ficción en la moda también es de dos vías. Este diseño fue publicado mucho antes de que el escritor Neal Stephenson describiera en su novela La era del diamante (1995) las “fabrículas”, unos pedazos de tela que –gracias a la nanotecnología– podían limpiarse automáticamente: “podías meter tu mano enguantada en el barro, y después de unos segundos estaría blanca”; antes de que George RR. Martin mencionara en la novela Muerte de la luz (1977) una “ropa de camaleón” que cambia de color y patrón para igualar sus alrededores; y antes de que el padre del cyberpunk, William Gibson, narrara en su novela Neuromante (1986) el “traje mimético de policarbono“, ropa que puede cambiar de color según imágenes pregrabadas o en tiempo real. La idea de regular la temperatura del cuerpo por medio de telas especiales se le ocurrió Frank Herbert en su novela Dune (1965), donde describió una “capa Jubba” que puede ser configurada para reflejar o admitir calor.

La Feria Mundial demostró que la moda también tenía la capacidad de incluir materiales de alta tecnología, y a partir de este momento empezó una relación íntima entre estas dos disciplinas, relación que en muchos casos estaba inspirada en obras de ficción científica, y en los años 60s, los diseñadores tuvieron la oportunidad de convertirlas en hecho científico.

Gracias al programa espacial norteamericano, la tecnología y la moda se fusionaron para desarrollar el traje espacial. La tarea de los diseñadores fue predecir cómo las superficies de la tela, capas, forros, metales y plásticos reaccionarían en el espacio exterior, teniendo en cuenta los cambios en la masa corporal (que requerían el ajuste automático de las telas) y los problemas de confort, bienestar físico y movilidad. A medida que se hacían más sofisticados, los trajes espaciales, al igual que el diseño de Rohde, regulaban la temperatura corporal, y estaban equipados con transmisores para enviar información sobre los signos vitales del astronauta. El color plateado y el brillo metálico característico de la era espacial (y usado por los diseñadores de moda de los 60s y 70s) no fue casualidad; surgió de la necesidad del uso de textiles cubiertos de aluminio de alto desempeño, que además tenían propiedades reflectivas.

Yves Saint Laurent, André Courrèges, Pierre Cardin y Paco Rabanne fueron pioneros del aspecto de la “era espacial”. Esto les permitió expresar una imagen ultra-moderna y progresiva del futuro muy acorde con la cultura joven y callejera de los 60s. Paco Rabanne, arquitecto apodado por Coco Chanel como “el metalúrgico”, era reconocido por utilizar materiales experimentales y alternativos. Usó el aluminio para construir vestidos futuristas de cota de mallas tan minuciosamente realizados que asemejaban piezas de joyería en vez de ropa, y fue cuestionado muchas veces por sus trajes inllevables. En una entrevista realizada en 1967, respondió que sus vestidos eran: “vestidos manifiesto. En la moda, como en la literatura, hay manifiestos. Si se quieren conmocionar las mentes, hay que llevar muy lejos ciertas experiencias”. Recientemente, en el libro Tomorrow Now: When design meets science ficción (Mudam, 2008), Paco Rabanne dijo que no se considera futurista y que: “una moda de ciencia ficción tendría que estar hecha de tecnología imaginaria que no existe”. Sin embargo, reconoció la influencia de este género en su obra. “De niño, me saciaba la sed con novelas de ciencia ficción”, dijo. “Todas esas mujeres fantásticas que, aún recuerdo, vestían sujetadores de hierro y una cantidad de elementos metálicos. Fue un material y color que me inspiró profundamente”. Entre sus diseños de vestuario más reconocidos están los de James Fonda en la película Barbarella, y sus experimentos con metal, cuero, plástico, papel, plexiglás, vendas elásticas, láser y fibra óptica inspiraron los decorados de algunas películas de ciencia ficción de los años sesenta como los cascos articulados en la película de James Bond “Casino Royal“. Por su parte, Pierre Cardin hizo trajes estilo uniforme para hombres, con hombreras militares, y acentuó la colección con cierres asimétricos, cinturones de acero y broches plateados, diseños que se vieron reflejados en los uniformes de vuelo de los astronautas que orbitaron la tierra sin salir de la nave espacial.

Y con el desarrollo del traje espacial, la ciencia ficción del cine y la televisión anticipaba sociedades futuras donde todos los estilos de ropa convergían en uno solo. Series como “Star Trek” y peliculas como “2001: Una odisea del espacio” mostraron personajes con túnicas integradas a los dispositivos electrónicos de las naves espaciales, mostrando una visión genérica del futuro de la moda que posteriormente fue cuestionada por diseñadores de vestuario para cine como Michael Kaplan (diseñador de vestidos de películas como Blade Runner, Armageddon y recientemente, Star Trek), quien se preguntó por qué los habitantes de las “nuevas colonias” en películas futuristas solían vestirse con trajes griegos, romanos u egipcios, y Kym Barrett (diseñadora de los vestidos para la trilogía The Matrix) quien cambió el aspecto plateado y brillante del aluminio por el negro del cuero con el fin de cambiar las nociones preconcebidas sobre el futuro y fabricar trajes con los que la audiencia pudiera identificarse. Aunque de hecho en la historia de la moda, luego del plateado, llegó el plástico. La neoyoquina Deana Littell usó materiales de plástico para hacer una colección que incluía abrigos nocturnos incandescentes. Y Tiger Morse pasó del plástico a la psicodelia, mostrando vestidos electrificados que iluminaban, hechos de Mylar, vinilo y PVC.

Y como estos nuevos materiales cambiaban los procesos de producción, ¿dónde quedó la vieja técnica de tejer y coser? Paco Rabanne cambió la aguja y el hilo por el alambre y el alicate (aunque debido al costo, luego pasó a hacer vestidos desechables en papel). A las telas de Pierre Cardin, moldeadas y formadas al vacío, se les daba forma por medio de un láser. Y la cibercostura de Pia Myrvold hace uso de los escaneos corporales tridimensionales de los clientes enviados por e-mail para fabricar prendas hechas a la medida que se venden por comercio electrónico.

Todas estas tendencias iban hacia el mismo camino: la moda sin costura (Alexander McQueen dijo: “No veo la hora de hacer un traje sin costuras, donde simplemente te metes y listo”), la unión con otras disciplinas (arquitectura, física, química, literatura), y la relación a largo plazo con la tecnología.

La capa Jubba de la novela Dune, mencionada anteriormente, podía convertirse en hamaca o refugio, una idea que dejó de ser ficción cuando surgieron las prendas transformables elaboradas por diseñadores como Patrick Cox, Kosuke Tsumura, Lucy Orta y la empresa C P Company, retando las convenciones de la moda –como las chaquetas que se transforman en sillas inflables, en carpas, en camillas– y obligándola a trascender sus límites.

Las obras de otros diseñadores contemporáneos como Issey Miyake, Walter Van Beirendonck y Suzanne Lee, en vez de originarse en lo étnico, se basan en ciencia ficción. Esta última diseñadora, autora del libro Fashioning the Future, ha hecho realidad una idea que Stanislaw Lem exploró en su novela Retorno de las Estrellas de 1961: prendas que se transportan en un bote sellado y se aplican en forma de spray como si fuera crema de afeitar. Suzanne Lee planea utilizar este mismo método para limpieza por medio de telas en spray y telas curativas para bebés o ancianos, y dijo en una entrevista en el Design Week de México que ella no inventa un futuro, sino que trata de convertir en real lo que parece ciencia ficción.

Los accesorios de moda con sensores y la transmisión wireless también han pasado de la ficción a la realidad. En 1988, Bruce Sterling describió en su novela Islas en la Red unos tenis con indicador digital que mostraba el rendimiento físico. Y en 2006, Nike y Apple desarrollaron conjuntamente el Nike+iPod Sport Kit, que usa un sensor wireless para monitorear ritmo, distancia, tiempo y calorías quemadas mientras se camina o se corre.

Finalmente la ropa será inteligente. En 1970, el británico J.G. Ballard describió en el cuento “Dile Adiós al Viento” una “biotela” que constantemente se adapta a la personalidad y necesidades de quien las viste, y en 2007, el diseñador Hussein Chalayan (uno de los primeros diseñadores en usar prendas inalámbricas que se activan por control remoto) se acercó a este concepto creando unos vestidos que se iluminan, se mueven y alumbran con infrarrojo; son vestidos que pueden cambiar completamente de un estilo a otro o dejar a la modelo desnuda. El plan de Hussein Chalayan es crear ropa que cambie de forma dependiendo de la locación. Tal como dijo en una entrevista realizada en 2007 por la revista Elle, “la moda se renovará a sí misma por medio de la tecnología. Habrá nuevas fibras, nuevas formas de hacer ropa… porque sin riesgos nada puede cambiar el mundo”.

[Texto: Hernán Ortiz]