El futuro de los libros

Medellín, Junio de 2014

Cuando Mateo está leyendo un post-libro, el mundo a su alrededor desaparece. El iPad reconoce y rastrea el ojo de Mateo, que se detiene en palabras como “epinicio”, “lábil” y “contumelia”, y el diccionario del post-libro automáticamente se las define en el oído. Mateo también escucha por los audífonos música ambiental de la historia y efectos de sonido que cambian según el párrafo que lee.

El ojo de Mateo pasa por un párrafo que muestra la animación de un río donde las palabras flotan, se desvanecen, y vuelven a aparecer, en una escena en la que el protagonista se está ahogando. En otro párrafo, un dragón enfurecido persigue al protagonista y quema frases que, si no leíste rápido, te las pierdes. Cuando el protagonista pasa por la cuerda floja, Mateo debe sostener el iPad en una posición fija para que no se caigan las letras… hasta que el protagonista logra atravesarla. A veces los villanos de la historia aparecen sobre las letras para distraer su lectura, y Mateo, sacudiendo el iPad, debe hacerlos caer a un pozo. Todo esto ocurre cuando el post-libro lee el ojo de Mateo, y de acuerdo a la posición en la que mira, reacciona.

El ojo de Mateo pasa por un párrafo que activa un dispositivo de olor digital conectado al puerto USB del iPad. Cientos de cartuchos combinan aromas para “imprimir” el olor a bosque-después-de-la-lluvia: flores, hojas de eucalipto, tierra mojada. El protagonista debe encontrar a su novia perdida en el bosque, y Mateo debe abrirse paso entre los helechos que obstaculizan la lectura de la historia en la pantalla, apartándolos literalmente con los dedos. Al irse por el camino equivocado, Mateo se desvía de la historia original y entra a historias alternativas escritas por fans y autores invitados. O por un amigo suyo. O por él mismo.

Escenas más tarde, el ojo de Mateo pasa lento por los párrafos. El iPad se da cuenta de que Mateo se está cansando de leer, así que reduce la cantidad de texto, baja el volumen de la música ambiental y reproduce animaciones de algunas de las escenas que ya había leído.

Mateo no lee libros ni revistas ni cómics. Mateo no lee nada que esté en papel. Mateo dice que el papel es antiguo, aburrido y apagado, y no está tan interesado en lo que puede leer del libro sino en lo que el libro puede leer de él: en la forma en que el libro actúa dependiendo de cuándo él hace una pausa, qué se queda mirando, cuándo deja de leer. Mateo, al igual que sus amigos, solo lee post-libros.

El libro tal como lo conocemos (papel con letras impresas y pega) está obsoleto para Mateo. Aunque no para su papá, que le sigue comprando libros clásicos. El papá de Mateo cree que él no está leyendo libros de verdad, que esos “soniditos” y “olorcitos” y “muñequitos” no le van a estimular la imaginación. Que Mateo, en vez de leer, juega. “Él juega con ese aparatico,” dice, cuando Mateo está absorto mirando, tocando y sacudiendo el iPad.

Según la RAE, leer es “Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados.” Y eso es exactamente lo que está haciendo Mateo.

Mateo lee. Mateo sabe que no basta con la escritura para crear un buen post-libro. Mateo quiere ganarse la vida escribiendo historias, y para aprovechar los medios de su época debe buscar artistas de fragancias y diseñadores y programadores y animadores y músicos. Mateo quiere que todos estos elementos se complementen naturalmente para que el post-libro sea tan bueno que sus lectores quieran crear escenas nuevas en medios diferentes: celulares, redes sociales, blogs, podcasts, cine online. Historias transmedia. Historias que no son libros sino aplicaciones. Post-libros.

Mateo no necesita enviar manuscritos o demos de su post-libro a una editorial para que un par de editores lo aprueben o lo rechacen. Mateo publica su propio libro y lo comparte con su propia red. Su red es la que lo edita. Su red es la que lo aprueba. Su red es la que paga y aumenta el universo de la historia.

Mateo cree que puede hacerse rico vendiendo post-libros, irse de su casa e independizarse. Mateo cree que su papá no entenderá cómo lo hizo y le decomisará el iPad. Mateo sonríe al imaginarse que mientras está en el colegio, su papá sujetará el iPad con sospecha, como si el aparato fuera el delincuente que condujo a su hijo por un mal camino. Y se imagina que su papá luego intentará prender en vano el iPad ignorando que, aunque es el papá, su retina, su voz y su forma de caminar no son iguales a las de Mateo.

Medellín, Junio de 2010

A Mateo no le gustaba leer. Mateo iba a cine. Mateo se había visto muchas veces Alicia en el País de las Maravillas. La primera vez se estaba quedando dormido, pero la película se puso buena después de que Alicia se cayó al hoyo. Cuando salió el DVD, el papá se lo compró, y a la quinta vez de vérsela, Mateo ya se había aprendido todos los diálogos de la película.

El papá de Mateo, que tenía que viajar a Estados Unidos, le había preguntado qué le traía y Mateo le había dicho: “un iPad”. Algunos de sus amigos tenían iPad. Después de que el papá llegó, Mateo le pidió prestada la tarjeta de crédito para registrarse en el App Store y comprar el libro de Alicia para iPad. “Es para una tarea,” le dijo, como si fuera verdad.

Mateo lee, y la ilustración de Alicia que acompaña el texto empieza a crecer luego de comer ciertas tortas o beber ciertas botellas. Mateo lee, y en la ilustración de Alicia aparece el Gato Cheshire pestañeando y la Oruga Azul fumando. Mateo lee y sacude el iPad y Alicia, el Sombrerero y el Conejo Blanco tiemblan en la fiesta del té. Mateo puede tocar el iPad. Mateo puede cambiar el ángulo del iPad. Mateo puede escuchar el iPad. Mateo, al que no le gustaban los libros, ahora está leyendo.

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Aunque Mateo es ficticio, la tecnología de la diseño-ficción para 2014 ya existe. La parte en la que el libro sabe qué está leyendo Mateo y hace ajustes en tiempo real es muy similar al Texto 2.0, desarrollado por científicos del Centro de Investigación Alemán de Inteligencia Artificial (en Alemán, DFKI). Ellos mezclaron unidades del eye tracking de la empresa sueca Tobii (se especula que Apple compró unidades para una próxima versión del iPad), y otras tecnologías, para crear un plugin para navegadores de internet que permite texto aumentado (información como música ambiental o animaciones ejecutándose según el párrafo que leía Mateo) y lectura aumentada (como el diccionario que definía en tiempo real las palabras en las que se detenía Mateo). Aunque la tecnología del eye tracking (cualquier dispositivo que es capaz de medir cuándo alguien lo está mirando) aún es muy costosa y voluminosa, el desarrollo y la miniaturización de tecnologías similares indican que muy probablemente podríamos encontrarnos en el futuro cercano con dispositivos que la incluyen, de la misma forma en la que ahora se incluyen webcams.


La parte en la que digitalmente se activan aromas es muy similar a los experimentos olfativos que ha realizado la industria cinematográfica desde hace décadas. Walt Disney lo intentó para la película Fantasia (1938); Hans Laube, con el sistema Smell-O-Vision, para la película Scent of Mystery (1960); y la empresa japonesa NTT Communications, con su sistema de fragancias manipulado por internet, esparció aromas desde pequeños dispositivos instalados bajo las sillas del público en escenas claves de la película El Nuevo Mundo (2006). Un sistema más complejo que “imprima” fragancias no estaría tan alejado de la realidad. A pesar de algunos intentos fallidos (como el sistema iSmell, que es uno de los “25 peores productos tecnológicos de todos los tiempos” según PC World Magazine), los olores, en interacción con el texto, podrían aumentar la inmersión del lector en la historia.

Para Mateo era muy importante que los libros fueran aplicaciones. Que sus lectores pudieran ampliar el universo de la historia en diferentes medios. El pasado 25 de Mayo en el App Show de San Francisco, la empresa Subutai mostró un demo en el que participan escritores de ciencia ficción como Neal Stephenson y Greg Bear: la aplicación The Mongoliad, en la que además han participado artistas, coreógrafos de peleas, programadores, cineastas, diseñadores de juegos, entre otros, para producir un flujo de “para-narrativa y extra-narrativa no textual que le dará vida a la historia en formas satisfactoriamente únicas, y que no podría hacerse usando solamente un medio”. La historia, que consiste en una novela en serie, se estará publicando durante el transcurso de un año, y cuando esté en su mejor momento, le pedirán a los fans que se unan para crear el resto del mundo y contar historias nuevas. The Mongoliad, disponible a finales del año para iPad, iPhone, Android y Kindle, promete ser un experimento de tecnología, storytelling y creatividad colectiva que podría darle forma al futuro de la novela.

El papá de Mateo te diría que los ebooks nunca podrían reemplazar el libro. “¿Quién abraza un monitor?”, te diría. “Yo a mi libro lo pongo a pasear, no a una CPU”. Tú le dirías que puedes abrazar un iPhone y echarlo incluso en el bolsillo. Él te diría que “esa letrica chiquita no se puede leer”. Tú le sacarías un Kindle, que además de tener el tamaño de un libro se lee como el papel, y no cansa los ojos. Él lo consideraría, pero después de leer unos párrafos, te preguntaría por qué las ilustraciones son a blanco y negro, “como de periódico barato”. Entonces tú le sacarías un iPad. Ilustraciones a color. Lo puedes tocar. Lo puedes abrazar. “Interesante,” te diría, “pero la luz cansa.” Y justo cuando estás pensando que tal vez las próximas pantallas transflectivas estarán a la altura de un lector clásico como el papá de Mateo, él te diría: “y no se pueden tocar las páginas.”

La textura y el olor de las páginas, y las formas creativas en las que se pueden combinar diseño y materiales, pueden ser las fortalezas del libro físico en la era digital. Tal vez los únicos libros que valga la pena imprimir sean ediciones que exploten las ventajas de la impresión, en formas en las que incluso alguien como Mateo podría apreciar. El libro físico en la era digital debe tratarse como una escultura de historias, pensamientos, ideas… un lienzo donde artistas, escritores y diseñadores se unen para crear un objeto único y valioso.

Sin embargo, tal vez esté tratando de convencerme a mí mismo de que el tacto de una pantalla nunca podrá reemplazar las texturas de las hojas, o de que encontrar en una librería la novela que habías estado buscado por años es mucho más emocionante que entrar a un sitio web. O posiblemente se haya creado una brecha generacional, y así como a la generación de mi papá se le dificultó usar el computador, a mi generación se le dificultará aceptar nuevas formas de lectura.

Me convenceré a mi mismo de que los libros sin leer que guardo en mi biblioteca, y que tanto he cuidado, son los libros “de verdad”. Y aquí, ahora, mientras ustedes leen esto en papel, una generación de adolescentes como Mateo está “jugando con aparaticos”, creando historias en diferentes medios y leyendo las primeras versiones de unos libros que serán imposibles de imprimir.

[Texto: Hernán Ortiz]

[Imagen: Fractal]