Gordon Lish

“Con tu lenguaje, estás buscando un nuevo corazón” – Gordon Lish

Gordon Lish es más conocido por ser el editor de Raymond Carver, uno de los más importantes escritores de cuentos de las últimas décadas. Su fama aumentó el 9 de agosto de 1998 cuando el periodista D.T. Max publicó un artículo en The New York Times afirmando que las primeras historias de Carver habían sido ampliamente intervenidas por su editor. La controversia aumentó cuando en diciembre de 2007 The New Yorker publicó “Principiantes”, versión del cuento “De lo que hablamos cuando hablamos de amor” en la que hicieron obvia la edición exhaustiva de Lish.

La discusión del tema en círculos literarios ha sido intensa. ¿Cuál es el papel del editor? La gran mayoría opina que la edición de Lish no sólo fue acertada, sino necesaria, y que leer a Carver sin Lish es como estar leyendo a otro autor completamente distinto.

Lish le dio voz y carrera a Carver y Carver le dio fama a Lish, una relación donde ambas partes ganan y pierden: ya no se puede leer a Carver sin pensar en Lish, y no se puede hablar de Lish sin mencionar a Carver. Tanto el escritor como el editor han formado una simbiosis profunda. Carver murió a los 50 años por cáncer de pulmón y tal vez esto no le permitió llegar al nivel en el que hubiera podido despedirse de Lish y continuar con su propio estilo.

En cambio Lish sigue vivo. Lish sigue vivo, solo, en un apartamento del Upper East Side, y lo obsesiona la muerte. En las clases de escritura que dictaba en los ochenta, les decía a sus alumnos: “¡El trabajo no tiene que ser equivalente a sus vidas, sino a sus muertes! […] ¡Observen la frase! ¡Observen la página! ¡Observen sus mentes! ¡Observen su miedo a morir!”. Les decía: “cuando la voz no es la voz propia, es la voz de la muerte”, e incluso les aconsejaba pensar en la muerte como metodología para la creación: “La mejor forma de empezar a escribir es incrementar el miedo a morir, cultivar una consciencia de lo omnipresente que es la muerte en sus vidas; así las consecuencias de sus actos y sus palabras probablemente llegarán más lejos.”

En sus talleres de escritura –que duraban tres meses, seis horas semanales– los 120 estudiantes no podían ir al baño, estirar el cuerpo o distraerse. Lish se enfocaba con detenimiento en el sonido de las frases, en cómo ayudarles a crear una voz narrativa fuerte y cómo hacer que escribieran como si estuvieran hablando, para que sus frases sonaran extrañas o crudas o con una sintaxis incorrecta.

Los estudiantes leían en voz alta: empezaban con una frase, y si a Lish no le gustaba (en general por ser “frases de hechos” o “meras descripciones”), los detenía y los criticaba y no podían leer más. Si funcionaba, los dejaba seguir con la segunda frase y después con la tercera, y cuando ya no funcionaba más, el estudiante se tenía que callar para ser criticado. Por supuesto, muchos egos salían heridos. En diversos artículos escritos por sus estudiantes Lish es descrito como un arrogante y carismático hombre de pelo blanco y ojos azules que tal vez está un poco loco, o como un tipo problemático y brillante con graves problemas de insomnio al que le encanta hablar en absolutos. Lish decía: “Estas clases son sobre cómo ser fuerte; realmente no son sobre nada más: una forma de cambiar tu comportamiento, tu pensamiento, tu presencia en la página, de tal forma que empieces a importar en el universo.”

Sus alumnos han importado. Desde escritores clásicos marca Lish como Amy Hempel, Barry Hannah, Harold Brodkey o Tom Spanbauer hasta escritores recientes marca Lish como Gary Lutz, Ben Marcus, Sam Lipsyte y Michael Kimball. Con el tiempo, esa marca Lish se va transformando en el sello único de cada escritor y los alumnos se gradúan en silencio y se despiden de Lish, del “Capitán Ficción”, porque finalmente sus clases no se trataban de él y de sus alumnos sino del trabajo. “Los matrimonios no duran, las amistades no duran, los niños no duran. El trabajo dura,” decía Lish. “Cuiden su trabajo. Al final, lo que los va a distinguir de todos los demás es la resistencia -- no la genialidad, no las modalidades del discurso, sino la resistencia y la voluntad. La habilidad para continuar cuando todo parece estar en contra.”

El Capitán Ficción enseña y edita frases (según él la frase debe ser una “erupción lingüística”) y sabe que explorarse a sí mismo puede ser peligroso, pero que las frases resultantes te pueden salvar la vida. “Hagan que sus vidas sean arriesgadas,” les decía a sus alumnos. “Pellizquen su estabilidad. La frase esencial a partir de ahora debe ser ‘Mierda, soy un mentiroso. No volveré a mentirme a mí mismo.’”

Lish decía en sus clases: “Si no puedes mirar a Dios porque no hay un Dios en tu corazón, entonces mira la frase, […] ¡debes arrancarte el corazón del pecho y entregárselo a la página para que Dios pueda escucharte!”

Gordon Lish trabajó como editor en Knopf y en la revista Esquire, fundó una revista de cuentos llamada The Quarterly y ha sido autor de diversos libros de cuentos y novelas, entre ellas dos que han sido traducidas al español: Perú, sobre un niño de seis años (Gordon) que mata a su amigo mientras juegan, y Epígrafe, donde por medio de cartas ficticias Lish se enfrenta a la muerte de su esposa.

Tal vez el reconocimiento de Lish como escritor venga después de su muerte. Y cuando esto ocurra, Lish probablemente no verá su vida pasando frente a sus ojos sino miles de frases –las que eliminó, las que cambió, las que dejó pasar– y se quedaría contemplando la luz blanca al final del túnel, tocándola y sintiéndola con el corazón, observándola con la mente, definiéndola en una última frase.

[Texto: Hernán Ortiz]